Paula, la muñeca rota (irrompible)

Esta es la "gemela morena" de Paula, la muñeca de Moramay que da título a la novela Réquiem por una muñeca rota.

El mundo no es lo que nos dijeron: la novelística de Eve Gil


Por: Ramón I. Martínez
Universidad de Sonora

Nos dice Marshall Berman que existe un conjunto de experiencias vitales (“la experiencia del tiempo y el espacio, de uno mismo y de los demás, de las posibilidades y los peligros de la vida”) que compartimos todas las mujeres y todos los hombres de hoy, el cual se le ha dado en llamar “modernidad”.

Ser modernos es encontrarnos en un entorno que nos promete aventuras, poder, alegría, crecimiento, transformación de nosotros y del mundo y que, al mismo tiempo, amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos, todo lo que somos. (...) Ser modernos es formar parte de un universo en el que, como dijo Marx, “todo lo sólido se desvanece en el aire”.[1]

La modernidad tiene como rasgo distintivo la actitud crítica. “En el siglo xviii la razón hizo crítica del mundo y de sí misma; así transformó de raíz al antiguo racionalismo y a sus geometrías intemporales”[2], nos dice Octavio Paz. Esta razón crítica es la que prevalece ante todo, la que provoca el sentido de progreso (humano o tecnológico), la que motiva las revoluciones de todo tipo.
“La crisis de la sociedad moderna —que es crisis de los principios de nuestro mundo— se ha manifestado en la novela como un regreso al poema.”[3] Esta idea de Paz se nos confirma al constatar el recurrente uso de las imágenes poéticas en la narrativa actual, “provocadas por una memoria cuyo funcionamiento no deja de tener analogías con la inspiración poética”, así como los infiernos retratados por Kafka no dejan de tener paralelos en los círculos descritos por Dante.
En la escritura novelística de Eve Gil (Hermosillo, 1968) es posible descubrir el derrumbe de tres instituciones base en la visión conservadora del mundo: la familia, la iglesia, el estado. La construcción de personajes insertos en la crisis provocada por esos derrumbes es el objeto de la presente ponencia. La inserción en dicha crisis implica necesariamente la evolución de los protagonistas, figurada en imágenes necesariamente poéticas.
Son tres las novelas que Eve Gil ha publicado: Hombres necios (1996)[4], El suplicio de Adán (1997)[5], Réquiem por una muñeca rota (2000). La primera resultó premiada en la justa especial titulada “La Gran Novela Sonorense”. Por alguna causa misteriosa, al publicarse se le cambió el nombre al premio por simplemente “Premio del Libro Sonorense, categoría novela”. La segunda resulta premiada con este mencionado premio el mismo año en que aparece publicada la primera, y es editada (y embodegada por no decir sepultada) al año siguiente. Arbitrariamente, el entonces director del Instituto Sonorense de Cultura, Carlos Moncada Ochoa (el misógino más ilustre de la comarca), se tomó la “molestia” de adherirle un prólogo (sin consentimiento autoral, por supuesto) donde se denostaba la calidad literaria de la novela en cuestión.
Ambas novelas fueron editadas por el Instituto Sonorense de Cultura, organismo regional descentralizado. La tercera (Requiém por una muñeca rota. Cuento para asustar al lobo[6]) fue editada por el Fondo Editorial Tierra Adentro del Conaculta en su número 214. Ésta al parecer ha sido agotada en su tiraje de mil ejemplares.
Es notorio que en las tres novelas prevalece una constante recurrencia al humor con un sentido crítico, la cual se expresa precisamente a través de la ironía y de la sátira. Cabe, cuando menos, establecer aquí una somera distinción entre ambos conceptos, frecuentemente confundidos. En el ensayo Definiciones de territorios: lo cómico, expone Italo Calvino los motivos por los que utiliza la ironía y la sátira: mientras la última tiene como elementos centrales la burla y el moralismo –que implican un juicio de superioridad y una oposición por el objeto que repele–, la ironía desea destruir la univocidad de las representaciones y de los veredictos. Mientras la sátira implica una tesis, el convencimiento de poseer la verdad y la necesidad de ridiculizar lo que no se comparte, la ironía incluye al propio yo que ironiza, desea comprender al otro y tiende a destruir la egocéntrica visión que ofusca la reflexión crítica.[7] Señala Pere Ballart:

(...) no es necesario darle muchas vueltas al asunto para comprender que la ironía es una modalidad del pensamiento y del arte que emerge sobre todo en época de desazón espiritual, en las que dar explicación a la realidad se convierte en un propósito condenado al fracaso (...) Desde una perspectiva intelectual, si algo caracteriza a nuestro tiempo es la pérdida del sentido unívoco de lo real: la complejidad de nuestro mundo, las contradicciones, a menudo cruentas, entre las palabras y los hechos, abonan el que la literatura, por su excepcional capacidad mimética con respecto a las demás artes, se haya hecho eco como ninguna otra de la alienación, la distorsión, el absurdo que asechan a diario al conjunto de los hombres.[8]

La ironía es, entonces, conciencia de la paradoja y del absurdo, traducida en el conocimiento de las contradicciones propias y ajenas, de las limitaciones humanas, de la incapacidad de ejercer la razón crítica en las otras personas si primero no se autoejerce en carne propia.
Uno de los momentos más claros donde se ejerce la ironía como conciencia de la paradoja, se tiene en muchos de los pasajes de la última novela de Eve Gil, Réquiem por una muñeca rota. Cuento para asustar al lobo. Novela de formación al igual que sus dos primeras, nos muestra una narración de engañosa sencillez, escrita en primera persona, donde la narradora-protagonista, una adolescente de nombre Moramay inicia su historia al más puro estilo de un cuento de hadas:
(Había una vez)... un edificio como tajada de pastel de chocolate sumergido en un charco de betún, al que mi padre, el rey, muy apropiadamente nombraba Torre de Babel.

Y paulatinamente aquella su familia, donde era la hija única y consentidísima con cualquier cantidad de regalos, va revelándose como una farsa, en las propias palabras de la protagonista siempre irónica y sarcástica, de tal manera que (volviendo a la frase citada al principio de la presente ponencia) “todo lo sólido se desvanece en el aire”. Se convierte Moramay en víctima de los caprichos paternos y de la soledad. La casa chica y la frecuente ausencia paterna. La rebeldía y la curiosidad de quien no se resigna a ser una más de las muñecas (patrones femeninos) que adornan y colman su alcoba de “princesa”, y por lo mismo evoluciona en el descubrimiento de sí misma al contacto de su amistad con Vanessa, niña sometida a la explotación de su madre. Al amparo de un amor mutuo que las ayuda a empezar a esbozar su personalidad, pese a la opresión de los estereotipos que les significan el ser niñas, adolescentes, mujeres.
En su segunda novela, El suplicio de Adán, se tiene además de una novela de crecimiento, una novela histórica donde el cinéfilo protagonista, Felipe Trejo, (un sacerdote provisto de métodos poco heterodoxos para solventar sus obras de caridad) recrea la época de oro del cine mexicano a través del lenguaje con que va desarrollando su autobiografía, iniciándola en la época de la Revolución mexicana de 1910 (con una visión poco reverente de los personajes históricos de la época), en el seno de una familia donde tiene dos madres y un solo padre, que parece una especie de Pedro Armendáriz amansador de hembras bravías. Felipe Trejo enfrenta el conflicto que le representa asumir, simultáneamente, su vocación de servicio sacerdotal y su inclinación carnal hacia las mujeres. Éstas, en su calidad de feligresas, le dan la pauta para resolver ese conflicto sólo en apariencia irresoluble. De este modo, y sin perder de vista la conciencia de la paradoja, se ponen en entredicho muchas de las instituciones eclesiásticas: la vela perpetua, el celibato, el desinterés de la dádiva pretendidamente caritativa. Dicha conciencia se ve reflejada en el desarrollo psicológico del protagonista, su evolución desde el exilio interior que supone el saberse (o sentirse) siempre distinto y en conflicto con las jerarquías:

Los años me han vuelto más apegado a Dios, pero, curiosamente, también más crítico respecto al régimen político. Comencé a leer a Marx en serio desde mi encuentro con Apóstol y simpatizaba secretamente con Valentín Campa y el Partido Comunista, aunque de muy poco les servía mi militancia ya que a los curas se les prohíbe votar. Hay quienes consideran que son cuestiones antagónicas, yo no lo veo así: nadie nombra a Dios tanto como los comunistas aunque insistan en proclamarse ateos. (...) Sé que a cierta edad se sienten accesos de amnesia moral, yo no, y no me arrepiento de engatuzar a mis benefactoras o apostar las limosnas en el pócker, con el único fin de triplicarlas. Gracias a esos desmanes, cientos de chiquillos gozaban de techo, educación y comida. (...) (p. 286)

En ninguna de las tres novelas de Eve Gil está más presente el ánimo de sátira política y moral que en Hombres necios. La intención satírica se distingue desde la elección del título, basado en el primer verso de las famosas redondillas de Sor Juana: “Hombres necios que acusáis”. Las mismas redondillas se van intercalando a lo largo de la novela.
Aquí la protagonista es Donají, quien en un amplio relato autobiográfico nos hace partícipes de su desarrollo desde estudiante de letras hasta renombrada escritora, pasando por el histórico movimiento estudiantil que, habiendo provocado la caída del rector de la Universidad de Sonora, fue brutalmente reprimido en el año de 1970. La gran parte de los personajes que participan en dicho movimiento pertenecen a la no ficción. Debido a que el desarrollo ficcional está basado en una acuciosa investigación hemerográfica y testimonial de los participantes directos en los hechos, Hombres necios ha sido citada en múltiples ocasiones como fuente documental en investigaciones históricas y sociológicas de aquella época.
Pero antes que novela histórica, Hombres necios es, también, novela de crecimiento. Donají, rebelde a todo límite que le impusiera su calidad de mujer perteneciente a la burguesía sonorense, simpatiza en su juventud con los comunistas y los hippies, se involucra activamente en las luchas estudiantiles, y en su relato recurre no sólo a la sátira sino al sarcasmo para referirse a lo que le indigna. Por citar uno de los epígrafes que abren el primer capítulo:

De cómo la Doncella Quijota deseaba desdoncellarse:
de cómo transcurrió su pitufina infancia bajo la tutela
de una abuela apostadora y trinquetera; de cómo
encontró en su camino a un ángel aromoso a pachulíes,
un otoñal gentilhombre, un sátiro sifilítico, un
señor que parla hasta por los codos y una jefa sexy-menopáusica.

Donají no solamente muestra desprecio por la institución familiar y el valor de la “doncellez”, sino que de paso está parodiando a los ideales de la novela rosa y la importancia que pueda representar el respeto por un estado represor y corrupto.
Para terminar, quiero aquí reproducir el epígrafe de Erica Jong con que Eve Gil abre su primera novela, Hombres necios, el cual de alguna forma muestra esa capacidad irónica –ironizarse a sí misma– que adopta una escritora como manera de no desfallecer en el cumplimiento de su vocación:

El miedo a la crítica me ha silenciado muchas veces en mi vida como escritora. Y muchas veces ha sido encarnizada, personal e hiriente. Pero la crítica, como todas saben, desde Aphra Benh a George Sand, desde George Eliot a Mary Mac Carthy, es una de las primeras cosas que debe aprender una mujer que escribe. Ella no escribe de experiencias que la cultura dominante celebra como “importantes” y, como cualquier escritor, no escribe con ninguna garantía. Acostumbrarse a que la ridiculicen probablemente sea la labor más importante de un mujer que escriba.


[1] M. Berman, Todo lo sólido se desvanece en el aire, 11ª ed., trad. Andrea Morales Vidal, siglo xxi editores, México, 1999, p. 1.
[2] O. Paz, La otra voz. Poesía y fin de siglo, Seix Barral, Barcelona, 1990, p. 32.
[3] O. Paz, El arco y la lira, 3ª ed., Fondo de Cultura Económica, México, 1972, p. 229.
[4] Hombres Necios, Instituto Sonorense de Cultura, Hermosillo, 1996, 238 p.
[5] El suplicio de Adán, Instituto Sonorense de Cultura, Hermosillo, 1997, 329 p.
[6] Réquiem por una muñeca rota. Cuento para asustar al lobo. Conaculta, México, 2000, 174 p. (Fondo Editorial Tierra Adentro, 214)
[7] Para una distinción más detallada entre ironía y sátira, conviene leer a Elizabeth Sánchez Garay, Italo Calvino. Voluntad e ironía. Universidad Autónoma de Zacatecas-Fondo de Cultura Económica, México, 2000, pp. 59-95.
[8] Pere Ballart, Eironeia. La figuración en el discurso irónico en el discurso literario moderno, Quaderns Crema, Barcelona, 1994, pp. 23-24, citado por E. Sánchez Garay, op. cit., pp. 61-62.